Nosotros, los que vivimos en la arena, sabemos que el tiempo no se mide en segundos, sino en granos; esos que nos asientan y nos modelan, que nos empujan y nos sostienen sin pretensión de constructores.
Habitamos un mundo que muda a cada instante y, aunque nos aferramos con fuerza a nuestras raíces, nuestro espacio es siempre una contradicción imperfecta. Permanencia y mutación: un interminable ciclo de tierra y aire que nos revela quienes somos en realidad.
Nos falta el mar, aunque reconocemos sus presagios en el aire y en el sonido. Alargamos nuestros gestos para formular un equilibrio; jugamos a ser funambulistas en el blanco, meciéndonos a cada brisa y a cada golpe persistente de las olas.
Nosotros, los que vivimos en la arena, sabemos que la luz es inevitable, y que en cada amanecer nos alumbramos a una nueva existencia. Nosotros, invisibles por vocación, construimos un universo de silencio y de memoria en cada huella.
Nosotros, los que vivimos en la arena, comprendemos lo que significa lo efímero y, sin quererlo, el origen y el destino del tiempo. Solo es necesario escuchar.
(Selección de fotografías)