Este proyecto surge de Espacios conectados con la madera by Finsa, un proyecto museográfico que tiene la intención de provocar una reflexión sobre las conexiones con la madera y proponer un espacio de inspiración en un evento cultural y creativo.
En “La memoria de los árboles” se establece una conexión entre la madera (a través de los anillos de crecimiento) y la fotografía de álbum familiar a través su función como huella del tiempo, de la evocación y de las analogías que se establecen a nivel topográfico y estético.
La dendrocronología es una ciencia que nos permite analizar los anillos de crecimiento de los árboles y examinar patrones espaciales y temporales de procesos biológicos, físicos o incluso culturales. Los anillos de la madera se convierten así en un registro de la evolución del árbol, de su historia y de los cambios climáticos que le han afectado a lo largo del tiempo. Este registro personal incluso nos habla de su crónica, de los percances por los que ha tenido que pasar, de su ritmo de crecimiento, de su verticalidad, de las heridas provocadas por el fuego, animales o el propio ser humano. Nos habla de aludes, avalanchas, terremotos… Nos habla de su pasado, de su memoria, la memoria de los árboles.
Sin embargo, a pesar de que podemos tener una idea bastante precisa sobre su cronología, de que tenemos un registro de su evolución como espécimen, en realidad no sabemos mucho sobre su aspecto externo; precisamente la experiencia visual que las personas tenemos de los árboles. Ese salto de lo cronológico hasta lo experiencial tenemos que darlo de la mano de nuestra imaginación, tenemos que aludir a nuestra capacidad de evocar desde la huella hasta la forma.
La fotografía, por su parte, puede también funcionar como un indicio al registrar la huella de algo que ha sucedido hace tiempo y nos traslada a una época anterior. La fotografía, y más concretamente la fotografía de álbum familiar, permite conservar la imagen de las personas para mantener su recuerdo en el tiempo. Incluso si no las conocemos, nos permite proyectar relatos del pasado, nos ayuda a evocar e imaginar. Además, esta función de la fotografía nos permite observar y deducir la realidad presente desde la perspectiva creativa del tiempo.
Roland Barthes lo expresaba de esta manera” La fotografía es literalmente una emanación de su referente… la fotografía de la persona que ya no está, como dice Susan Sontag, me toca como la luz de una estrella ya extinta. Una suerte de cordón umbilical que une a la persona fotografiada con mi mirada: la luz, aunque intangible, es un medio carnal, una piel que comparto con cualquiera que ha sido fotografiado.”
Si nos tomamos la molestia de detenernos ante una fotografía extraída de un álbum familiar conocido o ajeno a nosotros, podemos identificar y establecer una cierta cronología, una memoria que nos conecte con su presente que es nuestro pasado.
Así, la descripción de los elementos que podemos reconocer en una fotografía nos permiten establecer un tiempo y un contexto; el gesto y la pose de los protagonistas también nos ofrecen indicios sobre sus personas, aunque no sean demasiado fiables. Por ello, lo que hacemos es recurrir a la potente capacidad evocadora de la fotografía, y así rellenamos los huecos, y es entonces cuando podemos adjudicar personalidades, intenciones, caracteres, estados de ánimo… que nos ayudan a establecer un vínculo personal con lo que estamos mirando a través de una experiencia directa y única. Si esta experiencia obedece o no a la verdad, ya es otra cuestión.