La mirada en suspenso
Enfrentar a nuestra mirada sobre un espejo negro
Una de las consecuencias de la pandemia mundial ha sido el tener que enfrentarnos a nuestra propia imagen, provocado por el distanciamiento social, el confinamiento y el uso de la máscara para evitar el contagio. Este trabajo es una reflexión sobre ese enfrentamiento a nuestra propia imagen.
Enfrentarse a nuestra mirada reflejada sobre un espejo negro.
En una imagen especular, se desliza un instante en el que surgimos de la negrura que nos revela quienes somos, iluminados por la ingravidez de la luz de unas velas. Nuestro rostro se materializa fantasmagórico como una imagen latente de la consciencia, una identidad que se encuentra al límite entre la aparición y la desaparición. Nos disolvemos entre la luz y la oscuridad y, en ese espacio justo y delimitado entre el referente y su reflejo, surge una mirada que nos confronta con nuestra orfandad, con la pérdida inefable de la imagen mental que hemos construido a cerca de nuestra identidad y de las reglas de la realidad en la que nos manejamos en lo cotidiano.
Nos dislocamos en el brillo especular de una llama. El tiempo se detiene en el espacio de un parpadeo, y el silencio se deja llevar por un abismo que nos devuelve la mirada sin miramientos ni consideraciones; nos empuja, nos saca con un golpe de revelación del centro del mundo que hemos invadido y que sabemos que ya no nos pertenece, ni que nunca lo ha hecho.
Las fotografías se introducen en este juego de espejos en un instante hecho presencia. Seleccionan un momento imperceptible como si fuera un siempre y secuestran la mirada que queda suspendida en un tiempo cero. Las fotografías juegan con el espacio y, a veces, nos muestran la confrontación absoluta a través de un velo que nos protege de lo que nos abruma y de lo que nos tienta al mismo tiempo y, otras, nos colocan en un lugar fuera de ángulo e introducen analogías simbólicas a través de objetos que quizá estamos contemplando o quizás no; nos desvela lo subterráneo de nuestras raíces, el inconsciente descarnado en un pez liberado de la piel que nos protege, el nacimiento y la repetición, la dualidad, lo que nos defiende y agrede al mismo tiempo, la vanidad, la inmortalidad, los monstruos de nuestras profundidades, la idea cósmica de la eternidad y nuestro propio tiempo de vida y muerte.
Mirarnos en un tiempo suspendido al borde de la disolución es un acto consciente para levantar el velo de nuestra consciencia y, como dice, Novalis, hacernos inmortales.